AMAE (En proceso)

 

AMAE es un proyecto de narrativa juvenil con cierta inspiración en el manga para adolescentes (o, mejor, sobre adolescentes). No llevo mucho, y espero poder enfrascarme con esto lo antes posible, antes de que se me pase la idea o las ganas de afrontarlo.
    Carlos es un chico de 17 años que posee una cualidad inusual: percibe, en ocasiones, sonidos del pasado. Hace el Bachillerato lejos de su casa, y afrontará diversos episodios vitales usuales y no tan usuales, junto a su compañero de piso. Poco a poco, algunas cronoaudiciones "conectarán" con su vida real...
 
    Anticipamos aquí el borrador de los primeros episodios de la Primera Parte. Estos, y algunos más, en el blog manojitosdemirra.bolgspot.

 

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

 
 
1
 
 
Me llamo Carlos. Tengo 17 años y poseo una cualidad especial que me diferencia de los demás. Es un rasgo físico, ahora lo sé, y está relacionado con el oído, aunque hubo un tiempo en que creí poseer poderes paranormales. No niego que eso me hacía ilusión, pensar que yo tenía una “sensibilidad especial”: que podría comunicarme con espíritus y todo ese rollo. Pero ahora me doy cuenta de dos cosas. La primera, que la explicación física de mi sensibilidad no hace que deje de ser especial. Y la segunda, que en todo lo demás soy un chico normal de 17 años; es más, para según qué cosas mi edad mental lleva cuatro años teniendo 13.
 
 
La rubia camarera iba vestida a lo hombre – de abajo arriba: zapatos negros de punta redondita, pantalones negros, camisa blanca de manga corta y chaquetilla negra. El uniforme, en fin, de esta cafetería. También lleva una pajarita negra. Sin embargo, su cola de caballo (pequeña) va cogida por un coletero, que es un pompón naranja intenso ladeado hacia su derecha; la camisa va salida por detrás; tiene un piercing en su pequeña nariz; sus labios están pintados de rosa pastel brillante y sus párpados de azul discreto; y su pose cuando está quieta (lo que sucede muy poco a menudo y durante muy poco tiempo) es tan femenino como disponer su rodilla al centro de su eje y apoyar la pierna muy levemente en el canto interior de su redondeado zapatito, dejando la suela hacia fuera. O sea, con todo esto quiero, además de describirla, decir que es pura feminidad escondida en un atuendo, en principio, masculino. Va de aquí a allá con su bandeja y no para quieta un momento.
 
            Me encanta venir a esta cafetería por muchos motivos. Tiene el dueño colocado un cartel, entre otros muchos, que me entusiasma. A simple vista no te das cuenta, porque está redactado y puesto con mucha seriedad. Pero si en ese momento estás algo aburrido, te da por leerlos: “No se sirven bebidas alcohólicas a menores de 18 años”, “Este establecimiento dispone de hojas de reclamaciones para el cliente que las solicite”, “Se permite fumar”, ..., y también (y esto es lo más grande): “Está permitido leer, escribir y dibujar en este local”. ¡Me encanta ese cartel! Así que, aunque pego aquí muy poco entre gente mayor que yo, vengo mucho a leer, escribir, dibujar, tomar café y fumar de vez en cuando. Además, hay una luz estupenda. Éste es uno de mis rincones favoritos.
 
 
2
 
He decidido llevar una especie de diario. Aquí, en este cuaderno, apuntaré los diferentes sucesos en los que “oigo voces”. También voy a intentar relatar la historia de mis percepciones, en la medida en que mi memoria me lo permita.
      Mi intención no es sólo dejar constancia de estos sucesos. Yo creo que la gente escribe diarios personales por varios motivos. En primer lugar, imagino que desahogarse, hablar consigo mismo. Luego, de este modo, podría uno tomar decisiones a corto plazo en base a lo sucedido en diferentes días: la memoria a veces, y los arrebatos sentimentales casi siempre, son muy malos consejeros. También imagino que debe hacer ilusión, pasado el tiempo, recordarse a uno mismo: por tanto, un diario es una botella con un mensaje dentro, que lanzas al mar del tiempo desde tu isla del presente. Y, por último, es un libro de registro: hay datos con los que sacar conclusiones y tener una idea más general, no sólo de quién es uno, sino de los acontecimientos externos, de los demás.
      Esto no es un diario personal, pero tiene objetivos parecidos. No sólo voy a registrar las cosas que oigo, y a esbozar una historia de cómo se ha desarrollado en mí esta cualidad. Soy consciente de que es muy especial, tal vez sea yo el único que la posea: quiero definirla, quiero intentar encontrarle una explicación, quiero impedir que eso me convierta en “un raro” y quiero conocer si es posible que tenga alguna utilidad.
Se nota que soy del Bachillerato Tecnológico, ¿verdad?
 
Estoy aquí otra vez, en mi rincón favorito. Hoy he venido con mi cuaderno de dibujo, mis ganas de dibujar ahora son tremendas. He pasado de pintar al carboncillo algunos edificios de esta ciudad a retratar personas y ambientes a grandes trazos con diferentes técnicas. Estoy a punto de terminar el de mi padre (tengo una foto delante): es un hombre serio, con gafas amplias, bigote de morsa de dibujos animados, entraditas, ojos pequeños, ... Al principio mi intención era hacer un primer boceto para luego repetirlo en hoja aparte y regalárselo. La verdad es que, con lo diferente que somos, en el fondo lo quiero y lo respeto mucho. Pero ahora mismo acabo de hacerle salir unos impresionantes cuernos de diablo de su cabezota. No es más que una broma, no es más que una bromita, ya está,... Y ahora... ¡humo negro saliendo de sus orejas! Lo quiero y lo respeto, pero para según qué cosas, es demasiado severo, por eso se me ha ocurrido de repente pintarlo así. Ya le borraré los “extras” luego. Pero es que, ¿qué padre español manda a su hijo a estudiar Bachillerato a otra ciudad? Todavía a un Ciclo Formativo, vale si no hay más remedio, pero, total, podía haberme quedado en casa y sacarme la Selectividad allí que, por cierto, me da la impresión de que es más fácil que aquí. “Intenta curtirte el carácter, hijo. Eso es tan importante como estudiar mucho. Cosa que también debes hacer, recuerda”, fue su frase lapidaria antes de subirme en el autobús, con Alberto, en septiembre del curso pasado. Y todo porque le dio, así, de repente, la neura de darme una educación al estilo británico y centroeuropeo. Vería algún documental, o alguien le iría con eso en alguna conversación inofensiva, pero él, ¡zas!, de golpe: “Tú, a hacer Bachillerato a otro sitio. Así aprenderás a valerte por ti mismo: serás más ordenado, administrarás tu dinero, tendrás que aprender a limpiar y cocinar, a convivir con compañeros, y a tomar decisiones con responsabilidad”. Y lo más fuerte es que convenció a los padres de Alberto para que hicieran lo mismo con él. Así, la casa de alquiler le sale más barata. De todos modos, Alberto está encantado: claro, ¡16 años y sin padres! Pero es que a él sus padres no le han soltado todo ese rollo de la responsabilidad y tal; está claro que su espíritu es más de aventura loca que de “curtirse el carácter”.
            Así que, aquí estamos él y yo, compartiendo piso e instituto en esta ciudad (para mí, simplemente la Ciudad). Empezamos el curso pasado, en que hicimos Primero de Bachillerato, el tecnológico los dos. No nos fue del todo mal; no por lo menos la adaptación a los cambios, la convivencia y todo eso... En los estudios, alguna que otra nos ha quedado para septiembre, ¡para ya mismo! 
            Bueno, pues ahora que me acuerdo, me voy a casa, que tengo que estudiar. Los exámenes están ya cerca, y la Química y las Matemáticas no se estudian solas. Pero antes..., ¡mmm...!, ¡ya está!, coloco el pompón de la camarera en la cabeza de papá. ¡Qué mooonooo! (Por cierto, la camarera lleva el mismo pompón de ayer pero amarillo, en lugar de naranja; un amarillo denso, amelocotonado).
 
 
3
 
 18 de Agosto
 
No desde hace mucho tiempo, pero sí desde que era todavía un niño (¿12 años, tal vez?), en el momento y lugar en que menos me espero, empiezo a escuchar sonidos y voces que no sé de dónde vienen, que no parecen tener procedencia visible alguna. No es que me suceda muy a menudo, y en ocasiones es durante sólo un instante, pero así es. Si alguien, por el motivo que sea, está leyendo esto, se podrá imaginar entonces cuántas cosas se me han pasado por la cabeza y durante cuántos años: que estaba esquizofrénico, y oía voces en mi cabeza; que escuchaba a espíritus; que tenía la imaginación desbordada como los que tienen un amigo invisible; que era mentira; ... Algo a lo que siempre le he dado vueltas al coco y que, sin embargo, nunca he contado a nadie.
   No es nada de eso que he nombrado. ¿Esquizofrénico? Las voces no se dirigen a mí ni me ordenan o sugieren nada, más bien ignoran o no saben que yo, y todos los demás, estamos ahí. ¿Espíritus? ¿Escuchando a todo volumen salsa y rock’n’roll, por ejemplo? Además, yo no creo que los espíritus de los muertos vaguen a nuestro alrededor. Lo de la imaginación infantil podía tener un pase, pero la sensación de estar escuchando es muy real. Y, en fin, negar un problema no lo elimina.
   La conclusión a la que llego..., a la que he llegado desde hace algunos años, es que los sonidos son reales, pero de otro tiempo, del pasado. Son reales, eso seguro, los oigo claramente; y son de otra u otras épocas porque lo que dicen no suena nada actual, porque a veces se escucha una tele o una radio de fondo, y a lo que se refieren no tiene nada que ver con la actualidad, y por muchos más motivos, por ejemplo, la forma de hablar de la gente en las conversaciones.
   Ahora que sé qué es una onda sonora, a mí me parece que mi oído, por algún motivo fisiológico que desconozco, “capta” residuos muy leves de ondas sonoras emitidas hace años. Es como si estuvieran ahí, colgadas en el aire, difuminadas pero aún existentes. Durante el curso pasado, la profesora Remedios nos dijo que algunas estrellas de las que vemos en noches de cielo despejado no existen, pero que estamos tan lejos de ellas que ahora es cuando vemos su luz que hace tanto tiempo emitieron; pues bien, lo mío debe tratarse de un fenómeno similar, pero con sonidos: me llegan cuando ellos mismos, y las personas o aparatos que los emitieron, no existen o están ya en otro lugar o más viejos que entonces.
 
 
He dormido poquísimo. Anoche estaba nervioso sin por qué, no podía dormir, así que aproveché esa circunstancia y me puse a estudiar, sobre todo Matemáticas. Aún veo representaciones gráficas de funciones si cierro los ojos, tendiendo hacia el límite...
                                                  Papá sigue todavía muy cabreado por haber suspendido dos asignaturas. Según él, soy un chico muy inteligente, y el único motivo de que haya fracasado ha sido, sin duda, que hemos tenido que estar haciendo el vago Alberto y yo. Como a Alberto le han quedado tres, para él no hay vuelta de hoja con respecto a ese asunto. Eso de que hemos estado solos con 16 años, teniendo que cocinar sin que nadie antes nos hubiera enseñado, las tareas de la casa, la administración del dinero, la convivencia, y tal, eso no lo ve. Así que, ¡hala!, en Julio en casa, pero en Agosto, mientras mi familia está de vacaciones en la playa, yo me he tenido que quedar aquí estudiando, como si así fuera a concentrarme mejor. ¿No será más bien al revés? Al fin y al cabo, aquí nadie me controla, puedo hacer lo que quiera, podría estar todo el día sin coger un libro y nadie se enteraría. Pero mi padre se equivoca: ni soy tan inteligente ni he estado haciendo el vago durante todo el curso. No quiero repetir Primero; además, quiero demostrarme a mí mismo que realmente valgo para las ciencias y que lo que me ha pasado ha sido más por la adaptación a un cambio tan brutal que por falta de capacidad y trabajo por mi parte.
            He vuelto a venir al mismo bar, pero hoy sin libreta de dibujo y sin ánimo apenas. La verdad es que, en cierto modo, he venido a despedirme. Vuelve a estar la misma camarera de estos días: ahora su pompón es rojo, y se bambolea al unísono con su coleta, de un lado para otro (lo lleva más suelto, ella está más nerviosa que de costumbre, y digo yo: ¿tendrá una colección de pompones-coleteros de todos los colores?). Ya es raro que siempre que venga esté ella: me consta que no es la única que trabaja en este sitio, ... Bueno, ¡en fin!, lo dicho: vengo a despedirme silenciosamente. De ella, de este lugar y de pasar tanto tiempo dibujando y escribiendo. Por una larga temporada; y no sólo porque me estoy quedando sin dinero, sino sobre todo porque se me va acabando el tiempo, el tiempo largo éste del verano. Ya a partir de hoy me meto en zafarrancho de estudio: cuando llegue a casa, voy a crearme carteles para ponerlos en todas las habitaciones, para estimularme el estudio incesante, como si me hubiera encerrado en un búnquer, o estuviera luchando en una trinchera, o algo así. Ya fui ayer a comprar las cartulinas. Pondré frases de ánimo en grande en unas; en otras, tipo “mi-padre”, para autorrecordarme lo importante que son para mí estos exámenes, así del tipo: “Asume tu responsabilidad siendo constante y valiente”, “Cada minuto es de oro”, y cosas por el estilo. En mi cuarto pondré además un calendario y las metas a corto plazo, para ir tachándolas a medida que las vaya cumpliendo, y tener planeado el tiempo, de modo que los últimos días sean de repaso. Además, ya tenía puesta la tabla periódica en la pared que veo al incorporarme cuando despierto, pero es que he conseguido otra y la he pegado al techo, justo encima de la  cama. Así que, nada más que abro los ojos, lo veo: H, Li, Na, K, Rb, Cs, Fr; Be, Mg, Ca, Sr, Ba, Ra; …  Lo dicho: zafarrancho total.
            Y luego, empezará el curso, y este lugar ya me quedará algo lejos para mi día a día, y tendré menos dinero disponible.
 
 
4
 
 
 1 de Septiembre
 
Salí del examen de Matemáticas y, no sé por qué, en lugar de irme a casa directamente, me senté en uno de los bancos que está a la salida del Instituto. Creo que, simplemente, quería descansar, hacer con mi cuerpo entero una especie de ¡buf! que demostrara a los demás que yo estaba ¡plof! Dejé la mochila en el suelo, entre mis pies, y al inclinar mi cabeza hacia atrás, comencé a escuchar una canción cantada con parsimonia. Me quedé quieto; ya había cerrado los ojos. No se entendía bien la letra; la melodía se entrecortaba, como si hubiera interferencias, o como cuando sintonizas mal una emisora de radio. El ritmo era claramente militar y todas las voces femeninas. ¡Eran chicas! Todo un coro de muchachas cantando algo. ¿El Cara al sol, tal vez? Este instituto, en su día, fue exclusivamente de chicas. No sé si todavía en esa época (con mujeres haciendo algo parecido a la Secundaria) se cantaba en los Centros públicos, o bien la enseñanza que recibían no era realmente un Bachillerato. En fin, habría que investigar…
     Sabía perfectamente que era una de mis extrañas audiciones. Ya sé distinguirlas de los sonidos recientes. El hall del Insti estaba lleno de gente (alumnos de todas las edades, principalmente), pero yo, con mis ojos cerrados, tenía ante mí un coro de niñas uniformadas entonando una medio-melodía sin letra clara: no me resultó desagradable, pero tampoco me gustó. La distorsión de la música, tal y como la escuchaba yo, parecía de ultratumba, y el ritmo era muy monótono, cantado sin pasión, de forma autómata. Un dulce y femenino coro de robots-fantasma.
De repente, me incorporé. El Rober y el Juanlu me ofrecían un trozo de pastelito y me preguntaban por el examen. Les contesté y me fui a casa.
 
 
Yo no soy feo. Tampoco voy derrochando belleza allí por donde paso, pero me gusto físicamente, me siento bien con mi cuerpo y mi cara, no me cambiaría nada. Sin embargo, de vez en cuando me quedo mirándome en el espejo y me veo horroroso. Y lo peor de todo es que sé que no es verdad, que esa sensación está más relacionada con mi baja autoestima que con mi apariencia física. Pero… ¿por qué estoy pensando esto?
Se me está cayendo el pelo. ¡De pequeño yo tenía un flequillo…! Sigo teniendo un buen pelo, pero acabo de observarme unas pequeñas, muy discretas entraditas… ¿Seré calvo de mayor?
¡Anda que empiezo septiembre bien! Estoy algo tristón porque esta mañana hice el examen de Matemáticas. No me ha ido mal, la verdad es que me ha salido mejor de lo que esperaba. Pero se me ha venido ahora por la tarde todo abajo: había estudiado mucho estos días; tenía un montón de nervios; el examen fue largo; luego comí y me eché una siesta, y me he levantado con la cara acolchada y esponjosa, sin ánimo ninguno, un poco depre. Me tengo que animar, porque quiero estudiar Física por la noche: pasado mañana tengo el examen, y ya sé que con don Higinio no va a ser fácil.
Precisamente esta noche llega Alberto al piso. Mañana tiene su examen de Filosofía, y pasado mañana, justo cuando yo acabe el mío de F&Q, empieza él el suyo de Historia y luego el de Lengua.
Su llegada significa que se acaba mi sosiego. Alberto es un chico inquieto, siempre ideando cosas para hacer juntos. Lo cual no está mal, pero es que yo soy tranquilote; me gusta la soledad, y me molesta que invadan mi intimidad. Pero tiene un buen fondo y, a pesar de tener un carácter opuesto al mío, lo cierto es que le echaba de menos.
Él me considera su amigo. Yo a él no, pero eso es porque mi concepto de AMISTAD tal vez sea muy exigente. En todo caso es mi compañero de piso y de clase, lo que no está nada mal en mi escala de valores. “Compañero” es una palabra preciosa: nos acompañamos en este tramo de la vida; compartimos, literalmente, el pan. Alberto es mi COMPAÑERO, y eso es algo grande. Aunque a veces nos resultemos molestos el uno al otro.
Alberto y yo compartimos casi todo, incluidas las actividades de ocio, excepto una: las botellonas. Desde que llegamos a la Ciudad, él no se pierde ni una; y yo no es que me niegue a ir, a alguna que otra fui, un par de ellas, pero no me gustan nada, no me motivan en absoluto. No me va ese rollo. Al menos, no como a él, que incluso fue a la Macrofiesta de la Primavera que organizan los universitarios. Desde luego… ¡qué engañaditos tiene a sus padres!
     No es que a mí no me guste salir, pero a una botellona… De hecho, el dinero que me da papá para esas cosas me lo gasto en material de dibujo y papelería, café y de vez en cuando tabaco. Hace poco me compré una pipa, pero aún no he aprendido a fumar en ella. Si yo le contara a la gente que mi padre me da un dinero especial para irme de juerga… Esto no lo sabe ni Alberto. Para los gastos del día a día mis padres me tienen asignado un dinero mensual (para pagar la comunidad, para hacer la compra, para gastos que pudieran surgir y para imprevistos); y, por cierto, no son muy generosos, pero eso forma parte del gran plan de papá (que aprenda a arreglármelas). Luego me dan mi paga oficial, para mis pequeños caprichos, no mucho. Sin embargo, y bajo cuerda, sin que lo sepa mamá, papá me da un buen dinero para mis salidas. ¡Es flipante! Bueno, realmente es machismo. Su lógica es que soy un chico, y tengo ciertas divertidas obligaciones que él desea fomentar. Por ejemplo, salir en grupo y no quedar delante de los demás en ridículo por no poder pagar las copas. Por ejemplo, salir con una chica y costear yo la movida. O, por ejemplo, apuntarme a viajes a la playa con gente, o ir a conciertos, o cosas de esas. ¡Si lo pienso bien, me entran ganas de…! Yo es que no sé qué se piensa. Ya podría ser más considerado para otros asuntos más triviales y necesarios.
     ¿Qué vivencias o traumas trae él de su adolescencia? No lo sé. Pero él está convencido de que estas cosas mamá, ni ninguna mujer, las puede entender. Sabe que es políticamente incorrecto y lo urde en secreto. Viene a mí, esa vez cada dos o tres meses en que vienen a darle una vuelta al piso y ver cómo estoy, me saca de casa, me invita a un refresco en un bar y, antes de salir, y habiendo apurado su copa de Canasta, saca un fajito de billetes del bolsillo y, sin alzar mucho la mano, los pone en la mía, rápido, como si estuviera haciendo algo ilegal, y me dice: “Toma, para tus cosas, ya sabes”. Y yo, ¡qué narices!, lo cojo, porque en parte sé que los voy a necesitar por lo ajustadito del presupuesto mensual, y en parte porque es imposible hablar con él, y decirle: “Papá, ¿y mis cosas cuáles son?”
     Según él, la juventud de hoy en día lo tenemos más difícil. Todo lo nuestro es muy raro y complejo para él; pero tiene la lucidez suficiente como para saber que ahora las normas son otras. Ante su desconcierto, me apoya económicamente, porque como no sabe cómo son las relaciones sociales entre los jóvenes de hoy… y él me quiere ver triunfando, como siempre en todo, así que ¡toma pasta pa’ ti!. Ahora, ni le hables de que te compre un iPod, un MP4 bueno, un móvil, una Play o cosas por el estilo. Eso ya son chorradas. Papi dixit.