Libros y otras lecturas

Catolicismo y Protestantismo: Unas breves líneas a mi admirado don Miguel de Unamuno

 

                                                                                                                                                             29/12/2013

 

          ¡Mi muy admirado y querido don Miguel!:

 

Me estoy leyendo ahora su Del sentimiento trágico de la vida y lo hago, como siempre cuando leo algo de Ud., con anticipada y a un tiempo verdadera y prolongada fruición. He llegado al capítulo que dedica Ud. al Catolicismo (IV: La esencia del Catolicismo) y me proporciona ahora el inusitado y estimulante placer de la discrepancia. Es la primera vez que no concuerdo con Ud. , pero también en esto he de agradecerle un tanto. ¿Me permite unas líneas? ¡No porque me las merezca! Pero sí, tal vez un poco, por haberme impactado y marcado Ud. desde mi mocedad.

     ¡Qué podría decirle! Quiere Ud. defender el Catolicismo, yo diría que su catolicismo, especialmente de las ideas protestantes, y yo, como protestante español (sic) que soy, le digo que más se parece Ud. a nosotros que a cualquier defensor del catolicismo español.

    ¡Sí, me parece en todo, aquí, en este su capítulo IV, un protestante sincero! Sólo que sin darse cuenta, y esa es la lástima. Le leo, y me digo: "Dice lo mismo que yo, pero cambiando los términos", pues donde dice Catolicismo es Protestantismo y viceversa. Pero, claro, ¡es luego Ud. tan explícito mentando textos y teólogos y filósofos, que entonces me perturba, y le disculpo pensando que todo este argumentario es fruto del cariño que profesa Ud. a la religión de su infancia, que menciona, y la oficial de su Patria, que tan bien quiso, y la de su Matria!

    Para empezar, y desde antes de comenzar este capítulo, hace Ud. algo muy evangélico, muy protestante: ¡cita la Biblia! Versículo tras versículo. Del Antiguo y del Nuevo Pacto. Lo que constituye, de Ud. a mí, una nueva delicia en la lectura. La Biblia en español (¡en vernácula!), leída individualmente por Ud. (en privado, y cuantas veces quiso), impactándole en su ser y transmitida, entretejida en su discurso, a los demás, que le leemos (y que podemos leerla) también individualmente. ¿Es este, tal vez, el "sacramento idealista de la palabra" que nos achaca como defecto frente al material sacramento de la eucaristía? ¿No dice la Palabra que Ud. tanto usa, con libertad, que "en el principio era la Palabra" ('logos'), que es Jesucristo?

    Esta intimidad de lectura (de lectura bíblica), de lectura comprensiva (esto es, razonada) es tan protestante ..., ¡una auténtica herejía!, acuérdese de las quemas en efigie y en carne por esto mismo en nuestro suelo; es, hasta hace tan poco, tan anticatólico ...

    Y luego lo de la resurrección. Defiende Ud. a Pablo; sin resurrección, no hay cristianismo (sin inmortalidad en cuerpo y alma) y luego clama por el material Cristo de Velázquez, muerto una y otra vez, en un bucle de sacrificio permanente. Pero es bíblica y paulina esta doctrina: que Cristo murió UNA VEZ y para siempre, don Miguel, y está sentado a la diestra de Dios Padre. ¿Por qué olvida el Catolicismo su resurrección, y le tiene siempre muriendo? Sacrificarlo es volver al antiguo pacto, donde los sacrificios y holocaustos eran periódicos, o, si prefiere, es volverse al eterno infierno griego del sufrimiento permanente y renovado. Ni con su Del sentimiento trágico de la vida ni con su San Manuel Bueno, mártir agrada Ud. al auténtico Catolicismo y su esencia.

    ¿Por qué nos atribuye Ud. la predicación del Infierno y de la ética por encima de la escatología? ¿No es el Catolicismo el que basa el ir al Cielo en las obras (propias en vida; ajenas en muerte), y no en la fe? ¿No es ella la promotora de la penitencia como manera de alcanzar una Salvación dependiente de las obras? Tanto Catolicismo como Protestantismo han de creer por fuerza en el Cielo y el Infierno, en la resurrección de la carne, y su arremeter contra la doctrina pauilinísima de la justificación me parece desacertado, pues no parece ni que en la Biblia ni en la doctrina protestante vayan por ahí los tiros, cuando precisamente hablamos de la liberación del pecado, del fin de sentirse agobiado y constreñido por él. Lo que Ud. defiende no es Catolicismo, aunque sí un subproducto de éste a la feligresía poco dada a pensar (y también del Protestantismo nominal de países tradicionalmente protestantes). El "Perdónalos, pues no saben lo que hacen" no es pie a pensar que TODOS, hagamos lo que hagamos, vamos al Cielo porque Dios es bueno. Esta es una pseudoteología muy cómoda para el hombre moderno y su relativismo, como cambiar la Regla de Oro ("Haz con los demás lo que te gustaría que hicieran contigo") por la desvaída Regla del Buen Rollito ("No hagas con los demás lo que no te gustaría que hagan contigo"). Don Miguel: si nos salvamos todos, no es necesario un Salvador, y aquí el sacrificio es más que vano, es absurdo, entonces. Así que, como Saulo de Tarso recordó, entonces "Comamos y bebamos, que mañana moriremos". Sí, hay inmortalidad, en el Cristianismo aquí ya sin apellidos, del alma y mediante Cristo, el Mediador entre Dios y los hombres. ¿Realmente Lo importante es no morirse, péquese o no? Pero es que nos morimos, don Miguel, nos estamos muriendo y acabaremos muertos: ¿por qué no tomar del Pan de Vida? Ética y escatología, fe y obras, el Logos (Alfa y Omega) y su Obra.

    Para defender el Catolicismo, se acoge a su Santa Teresa, quien practicó el amor a Dios a modo individual, no colectivo, lo que le trajo problemas serios, pero el pietismo protestante es nonada y todo el tiempo enfoca Ud. al puritanismo. Se acoge a lo material y tradicional per se, y desecha la razón, la capacidad de acercarnos a Cristo a modo personal, como la samaritana, como el buen ladrón, como Zaqueo, como la mujer con flujo de sangre; para cada uno como ser pensante y sintiente, para la persona vino Cristo y con ellas trató: ¿no querrá hacerlo ahora? ¿Por qué, entonces, dejar a las noventa y nueve ovejas del rebaño por ir a buscar a la que se había perdido?

    Ya sé que más simpatiza Ud. con Don Quijote que con Cervantes. En todo caso, ambos idealistas, ambos racionales, ambos erasmistas, como Ud., y amantes de la palabra. ¿Y que hay de sus agonistas? ¿Qué hay de sus dudas, su don Manuel en primer plano y lo pobrecitos que nos parecen los valverdeños lucernienses, mortalmente felices y engañados? ¿Qué hay de la niebla, el descubrimiento de Augusto Pérez, de don Manuel Bueno?

Renovado entusiasmo por el Cantar más bello

                                                                                             Fuerte como la muerte es el amor (Cnt. 8:6)
                                                                                               
                                                                                                                                               01/03/2008
 
Tras el torbellino, lágrimas amargas, las mismas de siempre (podría ponerles nombre, si quisiera): cada vez más diluida mi conciencia, cada vez más alejado del recuerdo de mí mismo.
    Volvió el vendaval, y pasó.
    En el aturdimiento del justo después apareció entre mis manos, a cuento de mi trabajo sobre Casiodoro de Reina y Benito Arias Montano, su Paráfrasis del Cantar de los Cantares, escrito en estancias y octavas (reales, por supuesto), leído con fruición en el día de ayer.
    He venido hoy a Sevilla, en una escapada que planeé y busqué, y hoy también he de volver a la caballeresca Extremadura del Suroeste.
    Lo sé, es una subversión, pero es real: vine a buscar paz y calma por un día desde un pueblo al meollo de mi ciudad, en verdad mi locus amoenus a la inversa.
    He venido hoy a Sevilla, con el sabor amargo de mis lágrimas y, a pesar de ellas y de ello, cargado de una misma búsqueda obsesiva. He deambulado como a mí me gusta; he gastado un buen dinero en libros, como a mí me gusta, y, entre ellos, una preciosa edición, en la Editorial Trotta: EL CANTAR MÁS BELLO. El Cantar de los cantares de Salomón. Traducido y comentado por Emilia Fernández Tejero.
            
    Aparece primero el texto (¡qué buen orden!), ya leído. Ahora estoy leyendo la crítica. De nuevo, igual que ayer, reflexiones sobre sus interpretaciones.: la alegórica y la literal.
    Yo me quedo con la literal. No a pesar de ser cristiano, sino además de ser cristiano: Dios hizo el alimento y su sabor, el estómago y el paladar, y la variedad de gustos. No por ello fomenta la gula. Dios, asimismo, hizo al hombre, a la mujer, la capacidad de amarse en cuerpo y alma; igual que a los sabores, no renuncio tampoco a la sensualidad. Sólo si ésta y aquéllos resultan estorbo para el testimonio, o piedra de tropiezo a mí, los desecharé. Quiero madurar para no hacerlo.
    Dios no hizo la lujuria.
    Dios se opone al desorden. Al exceso, al descontrol, al egoísmo. Pero también al defecto, al desafecto, a la abulia.
    La interpretación alegórica me vale, como entresaco signifciados alegóricos de una puesta de sol, y deseo hacerme del comentario de Park y Burt. Pero no es necesaria.
    Porque de la interpretación literal vuelvo hoy a encontrarme con el siguiente aserto, tan bello, tan poderoso:
 
          Y en el (siglo) XIX S. Löwinsohn interpretó el sentido del Cantar como el triunfo del amor puro y verdadero de una
          pastora por su pastor sobre la tentación de lujo y placer que Salomón le ofrecía.
 
     Sí, es cierto: aparece esta interpretación de Löwinsohn entre las alegóricas (por eso es una interpretación). Pero surge de la literalidad de un epitalamio, de un poema lírico.
    En la literalidad del Cantar hay sensualidad, hay sugerencia sexual, hay gozo por su placer, pero no hay lujuria. Hay virtud. Hay amor. Hay sencillez sincera de Él por Ella, de Ella por Él. Y deseo incontenible, y pasión hasta en el sueño (¿y obsesión?), pero no hay pecado. Hay gusto y regusto por características personales del otro, que son sobre todo físicas y eróticas: labios, pechos, piernas.
    Masculino y femenino. Pero es entrega de uno al otro. No hay pecado aunque haya sexo, sugerencia erótica. Nada tienen que ver nuestros pastores con David y Betsabé, con Salomón y su millar.
    Y, curioso, ambos poetas, ambos mujeriegos (al menos el hijo), ambos reyes, ambos (sobre todo David) hombres preclaros de Dios.
 

HISTORIA DE CRONOPIOS Y DE FAMAS DE JULIO CORTÁZAR. POESÍA CLÁSICA JAPONESA (KOKINWAKASHU), SELECCIÓN Y TRADUCCIÓN DE TORQUIL DUTHIE

El célebre Historia de cronopios y de famas, del genial Cortázar, me ha decepcionado, pero él no tiene la culpa. Me ha resultado una lectura grata, pero había oído hablar tanto de él, había visto cómo otros profesores de Lengua y libros de texto usaban con entusiasmo algunos de sus peculiares cuentecillos (especialmente las Instrucciones), que esperaba, creo, otra cosa. Esperaba que me sorprendiera, y tras leer tanto Borges, tanto Monterroso, y tantas obras así, la capacidad de cogerme por sorpresa de algunas de sus técnicas literarias se han desvaído (me refiero al efecto). Ha sido como ver Los otros después de haber visto El sexto sentido: entiendes que has visto una gran película, te ha merecido la pena, pero el final ya no te sorprende tanto y piensas "Lástima de coincidencia". De todas maneras, es un libro que recomiendo, por supuesto. No me esperaba la parte de Ocupaciones raras y el cuento Conducta en los velorios me ha hecho reír a carcajadas, a pesar de (o gracias a) lo terrible de su trasfondo.

     Volver a leer la selección de poesía waka de Torquil Duthie no me ha decepcionado, aunque yo pensaba que sí lo iba a hacer. Conmigo las segundas lecturas, después de un tiempo, no siempre resultan. Pero aquí sí. Me siguen pareciendo estos poemita verdaderas delicias literarias. Quién sabe, tal vez porque concuerdan con mi carácter (más bien con mi espíritu, con aquello a lo que mi carácter aspira y echa de menos). E incluyo el breve estudio previo de Torquil Duthie, necesario para acercarse a esta poesía si uno no está iniciado en ella. Lo cierto es que esta Introducción erudita es ya para mí un aliciente, y pronto introduciré un artículo acerca de Estudios previos maravillosos, que merecen mucho la pena en sí. Para mí, de todos modos, ¿cuáles no? O bien escribiré un artículo sobre lo poquito de la literatura japonesa a la que modestamente me he acercado. O las dos cosas a la vez.