Los poemas de Jamais

    Tras la publicación en 1997 de Extramuros, y en 1999 de ¡Ah!, en 2001 aparecen algunos poemas de José Alfonso Bolaños Luque en Nuevos Autores de la Poesía Española / 3 (https://www.todostuslibros.com/busquedas/? keyword=Nuevos+Autores+de+la+Poes%C3%ADa+Espa%C3%B1ola+%2F+3), de la Editorial Jamais, pp. 400-409, con la mala fortuna de que aparecen todos seguidos sin apenas separación y, como no iban ni titulados ni numerados, da la impresión de que son todos un enorme e inconexo poema. Encima, al poco el editor sevillano y su editorial se ven envueltos en una agria polémica que llega a los tribunales por acusaciones de timo y estafa. 
    En todo caso, la falta de división en mis textos provocó en mí una desagradable sensación, dado que, creo, estaba tomando ya ciertos derroteros de madurez creativa. Releídos ahora, la verdad es que es una lástima haber cortado este camino que emprendí. 
    Voy a dejar aquí todo este trabajo, que a falta de otro título mejor los llamaré Los poemas de Jamais. También en PDF, como siempre: LOS POEMAS DE JAMAIS.pdf (217010)

 

    Espero que los disfruten. Se paladean bien.

 

LOS POEMAS DE JAMAIS

 

                                               I

 

Disparidad cotidianamente súbita

de lenguas pronunciando un mismo idioma

con distintos aires. Simpaticismo

convergiendo al cero absurdo del axioma

propuesto sin demostrar.

 

                Pizarra negra, oscura, sucia,

vieja, repleta de ecuaciones

con un número enésimo de incógnitas.

Saldremos cada uno a la palestra

y usará cada cuál su propia fórmula.

 

                Disparidad. Lloras mucho por ti

porque te quieres. Te declaras amor,

te ofreces flores, prometes serte fiel

y al poco se te olvida. ¡Cornudo de uno mismo!

Irónica miseria. Onán se está riendo

de nosotros ardiendo en el infierno;

se nos contagia su risa,

dejamos de ser angélicos.    

 

Disparidad. Pues bien, nos disparamos,

como hombres-bala de un cañón de circo,

para caer donde no sabemos,

evitando las lesiones con torpes giros del cuerpo.

 

                                                              

II

 

Es completamente de día.

No hay motivo para ahogarme en mi sombra, como ahora.

Este no será un poema oscuro.

Suena una taladradora,

                 grita el bullicio,

                canta la radio,

y los rostros limpios blancos cándidos rosáceos

                   completos de niñas guapas

bebiendo café y sonriendo a mi alrededor…

¡me matan! con su aparente pureza,

                   y me recuerdan

                   la que he perdido:

rellenar este papel me está doliendo,

y no lloro, porque soy muy duro, aunque haya motivos;

ya sé morderme la lengua

mientras los demás me la sacan.

 

 

                                               III

 

                Te confieso

que desde La Vandalia no me cuesta trabajo

sentirme y actuar como un miserable

autocondenado a muerte.

 

                He perdido en mi afán de rareza la noción de la estética,

he perdido el habla de tanto escribir,

he perdido todo por quererlo todo.

 

                ¡Reencuéntrame!

 

 

                                               IV

 

                No sabemos distinguir las voces de los pájaros,

no discernimos bien para qué es el día y para qué es la noche,

no asimilamos del todo la experiencia de las estaciones,

caminamos a la ignorancia primigenia

del recién salido del Edén.

 

 

                                               V

 

                (El sabor).

Caminar contemplativamente

pisando a conciencia el barro,

no por ociosidad, ni con frecuencia,

sino después del proceso

amargo de la lucha cotidiana,

feroz, impía, cruel, …

 

(El sabor).

El campo, la hojarasca,

la langosta que salta,

granito, un montón de basura,

agua estancada,

los recuerdos, los recuerdos;

me acuerdo poco del hecho, mas sí de la sensación,

hierba seca, tierra, invierno

por llegar.

                                               (El sabor).

 

 

                                               VI

 

                Estamos solos, amiga,

podemos llorar juntos desde la sinceridad

de los que no tienen nada que perder.

Lloremos contagiosamente,

lloremos silenciosamente,

lloremos abrazados hasta que se agote el tiempo.

 

                               Cerca del río

                               el otoño entristece

                               el sentimiento.

 

                Nos levantaremos mañana

con un dolor de cabeza apetente de café.

Estamos solos. Has venido a llorar

con  quien suele tener las manos en la tierra.

Posiblemente no duremos juntos ni un minuto.

 

                               Suena la música,

                               que se hace melancólica

cerca del río.

 

                El frío estático me duele. Soy enfermizo

y tú eres guapa.

 

                               Rompería a lágrimas

                               si no fuera porque eres

                               la primavera.

 

                La necesidad es suficiente

para ejercer derecho:

tú me exiges que te llore;

yo, nada; con eso, satisfecho.

 

                               Tus ojos rasgados

                               me inspiran estos jaicos

desesperados.

 

                ¿Sabes que nos observa con cuidado

el Altísimo? Pero ahora somos puros.

Él nos ha dispuesto aquí junto a este río.

Cuando vuelva solo a esta orilla

cantaré este jaico:

 

                               Cerca del río

                               tu recuerdo se me hace

                               imaginario.

 

                                              

                                               VII

 

                ¿A qué un libro entre manos?

¿A qué un paisaje hermoso?
¿A qué este poema?

 

 

                                               VIII

 

                Tu mirada es perpendicular a la mía.

Mientras dedico mi tiempo en fijarme en tu presencia,

tú lo pierdes mirando trivialidades, a quién sabe qué.

A mí me parece estar mirando algo eterno,

tú simplemente miras al infinito.

 

 

                                               IX

 

                Dejar la mente en blanco,

y alegrar los ojos por un momento

cerrándolos.

Este negro de párpados caídos,

de respiración lenta y ayudada por

la consciencia, que dice:

“Ahora toma, ahora suelta”,

a un ritmo suficiente que no tiene por qué cambiar,

este negro es un negro cálido,

que no provoca palabras sublimes pero sí un silencio solemne

que interrumpe recuerdos,

que destruye proyectos

y que olvida la urgencia del presente.

 

                                              

                Así estabas cuando llegué.

Habría sido idílico

si hubieras tenido

un libro entre tus manos,

extremadamente poético

si el mar se encontrase de fondo o si

hubieras estado sentada en un parque en otoño.

Podría haber sido, ¿y qué?

Tú estabas en blanco

buscando el cálido negro

del respiro voluntario.

 

 

                                               X

 

                Se esclarece el tiempo,

avanzo sin miedo:

Cronos para mí no existe,

pagano no soy posible;

los misterios

con mitos griegos no los resuelvo.

Se apodera de mí una paciencia

que me está haciendo temblar.

Como si ya fuera viejo

y además me gozara en ello,

como si tú ya no fueras a venir.

 

 

                                               XI

 

                Negro.

Apagado negro sin brillo,

sin ningún parentesco con el gris,

en total lejanía del blanco;

parece el fin del vacío,

el adentro de la gruta,

al sinfondo, pero es muro,

una pared que hace de lienzo sospechado.

 

                Rojo intenso, brillante, caliente y concentrado,

oscuro,

casi burdeos.

Es un círculo con puntas en su perímetro.

Es una gota

que ha caído sobre el negro y que quiere

ponerse en movimiento, seguir un rumbo,

crear un surco;

va arrimándose líquido a su parte de abajo,

se aborbotona, trasciende del plano al espacio,

sobresale,

se prepara para ser lágrima;

rompe, se llora, avanza y pinta el negro,

lo borra, lo cubre en línea.

                                               XII

 

                Negro.

Negro, rojo.

Fondo negro. Trazo rojo.

 

 

                                               XIII

 

                El negro se ve

transgredido de rojo,

trazo rojo.

 

 

                                               XIV

 

                La línea roja

consciente se derrama

sobre mi negro.

 

 

                                               XV

 

                No soplaba el viento, pero

las brumas, la humedad,

este aguanieves…

Recordé vuestras palabras

de la última vez:

tú tenías que planchar

la enorme montaña de ropa,

y tú estabas planeando

no sé qué viaje,

y tú, preocupado

y angustiado por un sinfín

de chorradas sin importancia,

y me acurruco de frío y sonrío.

(La risa es sonrisa que deja escapar viento;

hoy no sopla).

 

 

                                               XVI

 

                Calla, no me digas

que sufres:

lo veo en tus ojos.

 

                Calla, no me cuentes

qué quieres:

lo veo en tus ojos.

 

                No, no me digas

qué es lo que sientes:

lo veo en tus ojos.

 

                Lástima,

tus lágrimas

no te dejan ver mis ojos.

 

 

                                               XVII

 

                Lo oriental.

Lo femenino,

                               tú.

 

El misterio

del congenio.

No sabía

que nos pareciéramos

                               en algo.

 

 

                                               XVIII

 

                Yo siempre he sido un astrónomo mirando

y observando

formas,

rutas,

                                                   lejanías.

Cerca del telescopio estabas tú.

Yo no te vi.

Susurraste por sorpresa en mi cuello una trivialidad.
Me estremecí.

 

 

                                               XIX

 

                Dejé la cucharilla, pero el círculo

siguió rotando hasta la espuma,

el azúcar se ha disuelto,

como yo,

                que era tímido,

                amargo regaliz,

                melancólico

y ahora dulce para congeniar contigo.

 

                No ha sido una transformación superflua;

el café quema

y a mí me gusta hirviente:

disuélvase mi yo en tus recovecos.

 

 

                                               XX

 

                Dos lágrimas:

una se me ha caído, resbalando rápida por mi mejilla

izquierda:

  es

       la

           de

                la

                    ilusión,

la de la ilusión que se había perdido y ahora

                vuelve,

                vuelve la ilusión.

La otra aún no ha caído,

lágrima de frustración,

dentro

la frustración.

 

 

                                               XXI

 

Me sé tu  nombre, no te pregunto eso.

                ¿Quién eres?

                ¿A qué vienes?

Sales de la periferia del bosque Desideria,

tan próxima a la Musa, como si nada;

te presentas ante mí con dos presentes:

                en una mano, amistad,

yo te lo cojo (el presente);

                en tus ojos, me parece que otra cosa,

quiero cogerte

la mano,

mano anónima.

 

 

                                               XXII

 

                Mis ojos están brillosos,

todos creen que estoy enfermo

y yo les digo que sí:

la soledad me da alergia

cada vez que pienso en ti.

(¡Atchís!).

 

                Hace ya cuatro años largos

que la primavera

no me arrolla así de esta manera:

aún no estoy preparado para amarte;

mis ojos, ¡cómo te esperan

cada vez que (¡atchís!) no estás aquí!

 

 

                                               XXIII

 

                Atravesar la dulce y tenue luz

(no deja leer mas sí el recuerdo)

hacia la negrura lechal

(que sí deja leer, pero mentiras)

es necesario y fatal.

 

                No sé por qué. Tampoco por qué no.

Si aún no lo he hecho… Mira,

las faltas de asistencia

la enfermedad justifican.

 

 

                                               XXIV

 

                Una expedición tormentosa,

vayas donde vayas

las sombras son siempre negras.

Ya sabes qué significa.

Se existe mientras hay luz;

la luz se está poniendo

esféricamente por el horizonte.

Oyes un ruido que no tiene nombre,

lo emite el rinoceronte.

Te has quemado los pómulos.

Rechazas por instinto el beso,

te irrita seriamente la caricia.

 

 

                                               XXV

 

                Se precipita el tiempo,  pues alguien ha medido

la forma de medirlo, y nos dice que viene,

que llega ese momento en el que algo nuevo empieza,

nos guste o no nos guste, suceda o no suceda.

Pero es mentira decir que se precipita el tiempo,

él tiene un ritmo y concede a cada cosa una hora,

él tiene un ritmo que está totalmente establecido,

ahora será la hora si es verdad que era su hora.

 

                                              

                                               XXVI

 

                Un signo de integral,

una “ese”

toda apicoalveolar.

Una serpiente.

Los límites de integración son los colmillos.

Muerde.

La completa fricación es flujo de veneno,

la sonorización la muerte.

 

 

                                               XXVII

 

                Bajo los principios de rotación

te maravillo.

El campo, el viento, el árbol

también siente mareo.

Se traslada el mundo, ¿sabes?

Vomita invierno.

 

 

                                               XXVIII

 

                Has pisado la zona de hierba.

El efecto esponja

hace llegar a tus pies el agua fría;

¡tus zapatos!

No son del todo impermeables,

tus calcetines lo retienen como algo desagradable;

deseas llegar a casa, ¿eh?,

quitártelos y ponerte otros nuevos.

Para eso queda mucho.

Hay que andar un camino.

Hay que llegar a un sitio.

¿O qué pasa?

¿Es que tu generación no es capaz de soportarlo?

 

 

                                               XXIX

 

                                DEFINICIÓN 1.1

 

 

                Sea

el razonamiento lógico

en una mente sencilla,

siendo

esta sencillez el producto consecuente

del inestimable sentido de humildad,

entonces

definimos como “mayor amante”

a aquel que es capaz de poner su vida,

y la pone,

por un amigo.

 

 

                                               XXX

 

                               PROPIEDAD 1.2

 

                Poner la vida

significa

darla a morir si es necesario,

desvivirse con locura mientras tanto.

 

 

                                               XXXI

 

                               DEFINICIÓN 2.1

 

                Seas

una mortal

ni mejor ni peor,

ni más bella

ni menos que cualquiera,

sólo una mortal

con tu cuerpo, tus huesos,

tu sangre, tus tuétanos,

tu alma, tu espíritu,

tu rencor, tu anhelo,

y todas las demás necesidades

que ello conlleva, entonces

te defino como algo sublime

por la extraordinaria amistad que desempeñas.

 

 

                                               XXXII

 

                La cigüeña

nos sobrevuela.

Ha llegado el momento.

 

 

                                               XXXIII

 

                Tu recuerdo es un beso

que roza mi mejilla.

 

 

                                               XXXIV

 

                Aroma: vino,

jazmín, uva y recuerdo.

Invitación.

 

 

                                               XXXV

 

                Vela encendida.

Los besos de la música.

Jaula y careta.

 

 

                                               XXXVI

 

                Jaico mío:

ancestral innovación,

lo breve bueno.

 

 

                                               XXXVII

 

                El eucalipto

me agasaja con hojas

de aroma extraño.

 

 

                                               XXXVIII

 

                Pequeña hormiga,

qué frenética te veo

aun cuando duermo.

                                               XXXIX

 

                ¡!

Sobresalto.

¿Todavía te inquietas?

¿Todavía?

 

 

                                               XL

 

                ¡…

Abortó el susto.

¿Tienes miedo?

 

 

                                               XLI

 

                La transparencia

será como la del agua,

con distorsiones.

 

 

                                               XLII

 

                La noche puede

hacerte sentir vivo

o encarar muerte.

 

 

                                               XLIII

 

                Lo evidente no es

siempre lo inmediato,

así que aprende.

 

 

                                               XLIV

 

                Oscura gruta.

Me hace todo sombra

mi propia esencia.

 

 

                                              

 

 

XLV
 

 

Tu propia esencia

te traga como boca

de una gruta.

 

 

                                              

XLVI

 

                El alma en una gruta conocida

arrima su conciencia hasta sí misma,

y el tiempo se le pasa

entre negras sombras

y el ruido del agua.

 

 

                                               XLVII

 

                Un metrónomo impasible

y cósmico

marca el ritmo

de la cotidianidad,

que sólo sorprende y se aprecia cuando cambia,

¡ay!, de tanto en tanto tiempo…

 

Un metrónomo impasible

y cósmico

marca el ritmo

de la cotidianidad,

que sólo sorprende y se aprecia cuando cambia,

¡ay!, de tanto en tanto tiempo…

 

                Un metrónomo impasible

y cósmico

marca el ritmo

de la cotidianidad,

que sólo sorprende y se aprecia cuando cambia,

¡ay!, de tanto en tanto tiempo…

 

Un metrónomo impasible

y cósmico

marca el ritmo…