Sollozos (En proceso)

 

Sollozos es un proyecto de relato largo que inicié hace tiempo, que tengo abandonado desde hace otro tanto y al que siempre me digo que tengo que volver, además porque tengo claro qué quitar, qué poner y cómo acabar. 
    Aquí he querido volcar impresiones, experiencias y visiones de mi etapa de estudiante de frustrada Ingeniería Industrial: los personajes son estudiantes de ITI en plenos años 90, se traen a colación algunas pautas estudiantiles e incluso la forma del libro es deudora de esta etapa de mi vida, pues aparece como un libro de texto de Ciencias (manual de Matemáticas, Física o Química): por secciones, a través de teoremas, corolarios y demostraciones, incluidas notas al pie y fórmulas matemáticas. A parte de esta ambientación, el eje fundamental del relato son los sollozos que uno de los protagonistas, Claudio, escucha con periodicidad, y le perturban (la idea me la sugirió el proverbio africano El sollozo del otro no impide dormir), aunque el relato, donde lo dejé, ya estaba tomando unos derroteros un tanto más complejos y algo líricos (por aquel entonces leía poesía japonesa con bastante interés).
    Como muestra, dejo aquí un breve fragmento del principio:

 

1.  EL SOLLOZO.
 
§1.1.  TEOREMA 1.1: La noche amplifica los sonidos.
 
· Demostración: Que se lo digan a Claudio cuando aquella noche le despertó de un sueño muy profundo un gemido constante y tenue. Se levantó de la cama con el corazón acelerado, sobresaltado. Al poco se dejó de oír, y él volvió a la cama extrañado, pero no le dio más importancia.
            Justo una semana después volvió a escuchar unos sollozos cercanos. Aquella noche estaba despierto; estudiaba en su cuarto con sus cascos, escuchando el primer disco de Saratoga. Concentrado en la Química y con música en sus oídos, se sintió extraño por un lapso. Se asustó: le pareció que algo pasaba, como si alguien en la calle hubiera pedido auxilio a gritos o un intruso hubiera entrado en casa armando ruido. Paró el walkman (pulsó stop) y se quitó los cascos. Entonces escuchó claramente un llanto suave, cercano. Toda esa noche, como quien escucha la lluvia en un día de lluvia, lo estuvo escuchando, mientras resolvía problemas de orbitales atómicos y de enlaces químicos.
            Cada noche, y durante dos semanas, a Claudio le despertaban esos sollozos. Alguien con una tristeza muy profunda le desvelaba cada madrugada. Y esos suaves y silenciosos lamentos resonaban en los tímpanos de Claudio y éste tampoco podía conciliar el sueño. Para él, al principio eran más estridentes que una explosión o un grito; y luego, desvelado, eran una audición obligada y obsesiva. Los sentía tan cerca que a veces creía que era el mismo Andrés quien los profería, metido en el cuarto de Claudio, detrás de él.
 Por otro lado, había instantes en que sin querer comparaba en su mente estos lamentos con el llanto de la guitarra del “Frozen Rainbow” de Saxon: le llegaba a gustar porque le transmitía la misma tristeza, le llevaba, le llenaba, pero luego se saturaba, porque, como hemos dicho, duraba toda la noche.